Primera Asignación "Josephine" [Año 2008]

Frescura. Tranquilidad. Silencio. Todo lo que Josephine necesitaba en aquellos momentos era eso. No recordaba ya ni cuánto tiempo llevaría caminando ni hacia dónde. Necesitaba un lugar donde descansar urgentemente y lo encontró. No era el lugar más cómodo y confortable del mundo, pero hacía mucho ya de cuando tenía una cama calentita y había olvidado esa sensación tan agradable.

Sentada y apoyada contra una de las paredes bien adentrada en la cueva, se secó el sudor con el brazo. No tenía demasiadas cosas consigo misma y no era momento de ponerse tiquismiquis. Además, a ella nunca le había importado.

En momentos como ese en el que se relajaba, tarareaba para sí la melodía que oyó "aquella" noche. Tal vez de repente cayese en la cuenta de algo, pero nunca caía. Cerró los ojos y reposó los brazos sobre el vientre.

Al llegarle el eco de la voz masculina, enmudeció inmediatamente. Una cueva era un mal lugar para esconderse, aunque ella nunca lo pretendió. Si se movía, resonarían sus pasos y quedaría al descubierto su posición. Con cuidado se quitó las botas quedando los pies desnudos -así no haría tanto ruido-. Salió en dirección contraria en busca de alguna grieta o lo que fuese donde esconderse. No se encontraba en las mejores condiciones para una pelea, por lo que lo mejor sería prevenirla.

Por desgracia, como la famosa ley de Murphy dice: "si algo puede salir mal, saldrá mal". Implacable fue a entorpecer sus pasos hasta que tropezó con una piedra, se dio de morros contra el suelo y la piedra rasgó sus pantalones haciéndole una herida. Se llevó una mano a la boca para ahogar sus gemidos de dolor y otra a la herida.

¡Maldita ley de Murphy! Ahora no sólo no eran casi audibles los pasos del extraño sino que su movilidad se encontraba reducida debido a la herida. Volvió a ponerse en pie a duras penas utilizando de apoyo la pared, mientras con la otra mano agarraba las botas.

"Si salgo de esta... no volveré a pisar una cueva jamás..."

No se esperaba el disparo. Por la impresión en un acto reflejo dejó caer las botas al suelo. Se giró con cuidado de manera que quedase frente a frente con él. Pero ¡cómo no! Aún la mala suerte no había terminado de ensañarse con ella e hizo que en el último segundo volviese a caer, esta vez de espaldas. Se le escapó un débil gemido de dolor una vez impactado contra el suelo, el duro suelo, el duro e irregular suelo. Intentaba por todos los medios ocultar todo el dolor que reflejaba su rostro sin apenas éxito. La cabeza le daba vueltas y ya no sabía qué era arriba o abajo.

"Patético, patético, patético, patético y más que patético..."

Una vez su cabeza dejó de dar vueltas, miró de reojo al extraño. La experiencia le había enseñado que no debía fiarse de quienes no conocía. Se hizo sombra con la mano evitando el brillo de la linterna.

- Por favor, ¿podrías apartar la linterna? Me deslumbra -pidió con toda la amabilidad que pudo sin malicia ninguna-. Si te preocupa que huya, ten por seguro que en estas condiciones no puedo siquiera andar.

Ayudándose del brazo que le quedaba libre se puso sentada. El rasbuño de la rodilla empezó a humedecerse con sangre y resbalaron unos finos hilos por la pierna.

Se quedó mirándolo atónita. Nunca antes un desconocido la había tratado de ese modo. Quiso darle gracias, pero sólo balbuceaba sílabas aleatorias e incoherentes. Sus ojos azules contrastaban especialmente con su piel pálida y cabellos rojizos cuando abría tanto los ojos. Puesto que no lograba decir algo con un mínimo de sentido, asintió levemente.

Habría esperado prácticamente de todo excepto que la ayudase. Por regla general no confiaba en la gente nueva, pero había algo diferente en él.

- Si no hubieses sido tú, habría sido otro -barajó con cuidado sus siguientes palabras-. Yo... mi nombre es Josephine -¿su nombre real? ¡Sí que debió de afectarle el golpe a la cabeza! ¿Por qué no le habría dicho un nombre falso como hacía de costumbre?

En un gesto de dolor se llevó una mano a la espalda a la vez que apretaba los labios. Prefería concentrarse en la espalda antes que en la rodilla -que le dolía más y estaba sangrando-. De vez en cuando le miraba de reojo a ese chico llamado Richard, como si esperase que de un momento a otro cambiase repentinamente y la apuñalase por detrás.

¿Perdón? ¿Había oído mal? No podía ser. Eso debía de ser algún tipo de trampa. ¡Seguro! La razón y su experiencia le decían que era peligroso, pero por otra parte necesitaba confiar en alguien. Desde que abandonó su casa lo único que había encontrado fueron personas ruines, malvadas y que sólo les importaba su propio beneficio y bien. Podía oír sus pensamientos, pero no comprendía por qué actuaba de ese modo con ella. Porque estaba actuando, por supuesto. ¿O tal vez no?

No supo qué contestar. Simplemente se quedó totalmente inmóvil -casi ni pestañeaba-. Esperaba a que diese fin su lucha interna para decidir si confiar en él o no, pero parecía que no iba a acabar nunca...

Ni aunque se lo dijese con su voz más sensual y seductora conseguiría relajarse. Al contrario, estaba cada vez más tensa y paralizada. ¿De verdad que no quería hacerle daño? ¿No la estaría engatusando? La razón le decía que saliera corriendo a pesar del dolor general y de que ya estuviese cansada de antes -¡la adrenalina hace milagros!-.

Pero notar sus manos en sus hombros le hizo recordar lejanas sensaciones. Imágenes muy difuminadas y borrosas venían e iban a su mente, como una película fragmentada y desordenada.

Cerró los ojos. Sin darse cuenta, al concentrarse en esas imágenes fugaces había relajado gran parte de los músculos. ¿O era por el masaje que se había relajado?

Un pensamiento que no era suyo la despertó de su trance.

"Perdió a su madre..."

No tenía ningún retrato de su madre, tan sólo un dibujo que Josephine debió de hacer cuando era pequeña. No guardaba demasiada relación con la realidad, pero al menos sabía gracias a él los rasgos generales de cómo era ella físicamente.

"Si pudiera oír lo que pienso, no me sería tan difícil hablar..."

Asintió en respuesta a su pregunta, visto que el nudo de su garganta difícilmente se desharía.

Inconscientemente captaba algunas notas un poco desafinadas de la melodía silbada. Desordenadas y aleatorias, pero tenía cierto encanto.

- Descansar -esperó unos segundos-. Mi viaje hasta ahora ha sido largo, y aún me queda mucho por recorrer... -su mirada se tornó como cansada, melancólica, al igual que su voz- He perdido la cuenta de todos los sitios en los que he estado.

¿Otra vez diciendo la verdad? Definitivamente algo le ocurría. Esta vez había sido una verdad a medias. Todo lo que le había dicho era verdad, pero estaba incompleto. ¿A qué se debía ese cambio? ¡Si había llegado a decir las mayores barbaridades que jamás se hubieren dicho sin importarle lo más mínimo lo que luego pensaran de ella! ¿Qué le iba a importar decir otra mentira más? Ni ella misma lo entendía.

Le dio lástima que apartase las manos de sus hombos. La cueva era fresca y sus manos cálidas. Casi sin pensarlo, contestó a la pregunta:

- Horribles. Bueno, quiero decir... -cerró los ojos con fuerza para aclarar sus ideas- Los sitios a los que he ido eran preciosos, pero... casi no pasaba tiempo en ellos. Además de que me sumergía en los suburbios, en los callejones oscuros. No importa adónde vayas. Todos esos lugares son iguales, mientras que la "superficie" parecía un pequeño trozo de paraíso.

Esta vez hasta un atisbo de dolor se podía inferir en su expresión y en su voz. Chocaba mucho hablar de cosas como el paraíso con la voz rota, y no por estar a punto de llorar de felicidad.